Dias de Diciembre, Los más fugaces del año

En diciembre el mundo enloquece, y esto no es nuevo, desde que tengo uso de razón estoy observando lo mismo: hay que estrenar, hay que parrandear, hay que viajar, hay que tirar la casa por la ventana, compre ahora y pague la primera cuota en enero, ahí veremos como se hace. Mas que el nacimiento del mesías es la temporada de compras, alzas en todo y es también la sempiterna discusión anual del salario mínimo. Es la época de los abrazos, de las nostalgias, de los recuerdos, de los brindis por los que están y por lo que no están.

En mi casa, en mi infancia, también se corría por la compra de los juguetes, por la compra de la ropa, por estrenar el 24 y si se podía estrenar también el 31. Las mujeres, mas exigentes, invadían los almacenes de telas y a veces no salía de allí en todo el día y cuando salían cargadas de telas de todas clases, la carrera era hacia la modista a la cual le habían pedido turno desde el mes de septiembre u octubre. Era el mes más agotador y más cansón, sobre todo los que vivíamos el pueblo y debíamos trasladarnos a la ciudad a caminar de entera para conseguir comprar todo lo que se buscaba.

Mis abuelo era más practico, el tenía una muda de ropa blanca de arriba a abjao que solo se la ponía el 31 de diciembre, luego la guardaba, almidonada y planchada en un baúl con naftalina para volver a usarla el próximo año. Yo veía esa practica como una tortura, mi abuelo se vestía a las cuatro de la tarde y debía esperar que pasara la media noche para deshacerse de una ropa que no le permitía sentarse pues se arrugaba y se le borraba la raya del pantalón, así que mi abuelo siempre recibió el año de pies.

Mi abuelo tenia un hermano que peleó en una de esa guerras y como recuerdo se llevó el fusil de dotación consigo. Era un fusil Gras, de un solo tiro, que el tío abuelo disparaba a la campanada número doce. Para este evento todos nos reuníamos detrás de él, debía tenerse preparada una silla y una jarra con agua. Cuando el tío abuelo disparaba, sonaba como una cañón, el retroceso lo tumbaba por lo que alguien debía estar presto a cogerlo antes de que llegase al suelo y sentarlo en la silla que para tal fin se tenia preparada. El fusil se enfriaba bañándolo con el agua de la jarra.




Este era el evento central del fin de año, luego el fusil se guardaba en un papel encerado, los cartuchos se enterraban en un sitio del patio y al tío abuelo se le abanicaba para que el aire le llegara de nuevo.

Ese dias,  Cafe Almendra Tropical regalaba un castillo de polvora que era quemado en la plaza principal del pueblo. Festival de juegos pirotecnicos que vivía en nuestra memoria muchos dias despues y el que no lo veía, simplemente no tenía tema de conversación.

Ah, que tiempos aquellos....




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