Cosecha y Navidad. Lo mejor del año

La cosecha coincidía con la Navidad, se sembraba en junio o julio y se cosechaba en diciembre y parte de enero. Todo era un guión preestablecido que paradojicamente nunca era el mismo, todo estaba sujeto a lo que ahora se llama "Los Atractores Extraños".

La Caja Agraria (Ahora banco agrario) nos prestaba la platica para arrancar, todo a un módico interés y debíamos pagarlo con la cosecha, es decir, hipotecábamos la cosecha aun sin haber sembrado la primera semilla. Con la plática en la cuenta ya podíamos iniciar el proceso.

Lo primero era preparar la tierra, podía suceder que la tierra ya fuera vieja, es decir, ya se había sembrado y cosechado en ella, o cabía la posibilidad que la tierra fuera nueva y si civilizar, en este caso se procedía a civilizarla, es decir, a hacerla apta para la siembra. Este proceso era dispendioso, duro y costoso, dependiendo de que tan amontado estuviera el terreno. Hombres a machete cercenaban las ramas combatiendo con una maraña de espinas, animales ponzoñosos y hormigas carnivoras. A machete se vencía el monte, algunos dicen que con secretos que se sabían los que mas rendían, otros rezaban El Credo al revés para vencer el obstáculo, seguramente conjurando fuerzas poco santas. Luego, bastante clarificado ya el panorama, se utilizaba un bulldozer para tumbar los arboles mas grandes que debían ser cortados en pedazos más pequeños para retirarlos del lugar más facilmente. A lo que quedaba se le metía candela, el fuego terminaba por arrasar todo, a las espinas, a los animales ponzoñosos y a las hormigas carnívoras. El paisaje quedaba debastado, silencio de pájaros, seguía entonces recoger los escombros aun calientes bajo un solo inclemente que te hacía mudar el pellejo. Se hacian pilas por doquier, se contaban y marcaban con cal y luego un tractor provisto de ruedas de hierro entraba a retirar todo para proceder a remover la superficie del terreno arando en profundos surcos.

Arado ya el terreno, la gleba se trituraba con un rastrillo que dejaba aquel terreno agreste como la superficie de un lago. Clamando al cielo por las lluvias benéficas y oportunas, se procedía al sembrado, debía hacerse en hileras rectas y para esto se utilizaba una sembradora que constaba de 4 tolvas las cuales mediante un mecanismo de piñones dejaba salir las semilla hacia el surco y la tapaba después. Ahora esperar que la semilla reverdezca, para proceder al raleo, que no era otra cosa que escoger las mejores matas y sacar las débiles para asegurar así una buena cosecha. Terminado con la Cultivadora se abrian surcos entre calle y calle de tal manera que las recién germinadas matas quedaran en un promontorio donde su desarrollo fuera el mejor y utilizar los surcos para regar con fertilizante a distancia prudente de el pie de cada plata.

Ya germinado, monitoreo constante, control de plagas, aspersiones aéreas con venenos de toda clase que terminaron por extinguir flora y fauna de las áreas algodoneras. Oraciones al salió por que el clima sea propicio y cuando la mota revienta, "gracias a Dios del Cielo, ya pude coger algodón".

A las dos de la madrugada comenzaba la entrega de la lonas, lo que significaba que debíamos salir del pueblo hacia la finca a eso de la media noche. A cada líder de cada grupo se le entregaban las lonas y se anotaban en un cuaderno escolar de cien hojas. Los lideres casi siempre eran las cabeza de familias pues toda la familia se volcaba a la recolección para asegurar la navidad y el Año Nuevo. Entre uno y otro entraban al campo alrededor de sesenta personas que salían de nuevo a las seis de la tarde, haciendo un alto para desayunar y un alto para el almuerzo, encorvados sobre la mata usando medias como guantes para evitar las heridas que producía la cacota. A las seis el tractor entraba con su trayler a sacar las lonas llenas de de la mota recogida, era necesario apartar las recogidas en la mañana de las recogidas por la tarde o después de medio día, pues la humedad de la mañana empapaba la mota haciéndola pesar más y humedeciendo la fibra la cual se podía malograr bajando así su valor de venta determinado por el grado de humedad.

Con una bascula romana, comenzaba la pesa del algodón, se pesaba por kilos y estos se anotaban en otro cuaderno rayado para esa labor y así toda la semana, para el sábado liquidar por el precio convenido por kilo y pagar lo correspondiente a cada uno. El domingo se trabajaba medio dia y el lunes comenzaba otra vez la jornada en firme.

La mayoría del personal era de la misma región, pero cuando las cosechas eran buenas, se traía gente del río para recoger el algodón, para esto se habilitaba un rancho inmenso de palma donde guindaban sus hamacas el día que llegaban y no las desguindaban si no cuando se iban para su tierra. EL olor de este galpón, a sudor rancio, se sentía desde lejos. Esta gente bajaba al pueblo el último día de cosecha, a comprar para llevar algo de regreso y a a tomar guarapo para mascar el hielo que no veían hace días.

Este algodón que se pesaba se almacenaba suelto en una bodega aun mas grande que el galpón dormitorio de los rianos, aquí se pagaba a alguien para que lo moviera de un lado al otro pues el calor del mismo algodón y las grandes temperaturas aumentaban el riesgo de incendio. En este movimiento se descubría que los recolectores camuflaban piedras, ahuyamas y todo lo que pudiera pesar para así conseguir unos kilos de más y por ende una platica extra. Era la lucha del que pesaba contra ellos, pues con la romana se trataba de compensar lo que se sabía de cierto, que metían cosas en el algodón valiéndose de la oscuridad de la noche.

Este algodón recogido y seco, se empacaba en lonas limpias y se cargaban para su venta en la Federación de Algodoneros donde por turnos cada uno entregaba y se iban acumulando las entregas para que al final del mes saliera un cheque por el algodón recibido por ellos. ESas colas para entregar eran largas y tediosas, a veces de mas de un día, a mi me tocaba cuidar ese algodón en la cola, mi única diversión era leer novelitas de vaqueros y esperar acostado sobre las lonas que la comida llegara.

Esa era le mejor época del año, para eso trabajamos con tanto sufrimiento, para echar la familia para adelante, para los que estaban estudiando por fuera, para los que se quedaban en la casa, para navidad y año nuevo. Era la época de disfrutar del trabajo realizado, de dejar atrás, al menos por un tiempo, las amanecidas entregando lonas y las acostadas tarde, hasta llegar de nuevo al pueblo, a veces, los viernes, a liquidar con una maquina de sumar de palanca marca jaguar, el rol ha pagar al día siguiente. Para eso ya mi madre Susana había cambiado todo el menudo que podía. Esa maquina de sumar me la enseñó a usar Checha Buelvas, el marido de Ester Doria, el mismo que me enseñó a hacer el nudo de la corbata.

Mi pago era la repela, lo que ya no servia, lo que peor pagaba la Federación, pero siempre me quedaba platica para mis vainas, para ir a cine, para invitar a una chica a tomarse algo. la ultima vez me quedaron treinta mil pesos, mi papa aun vivía cuando eso, después mi mamá me decomisó las repelas. Lo remplace por ajonjolí que lo vendía al IDEMA. Pero eso es otra historia...

Los dejo con Sorayita, de Alfredo Gutierrez, donde se sintetiza lo que era el cultivo del algodón... y en parranda, para mas piedra...

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