La niña de mis ojos

Ella sabe que es la niña de mis ojos, y en sus catorce años su vitalidad es enorme, grácil y espigada comienza la adolescencia con paso firme y preparada para afrontar acertivamente los retos que se le presenten. Cristi nació un martes siete de mayo a las dos de la tarde, a mi me la entregaron, tiernecita, indefensa, y, eso si, preciosa, la verdad es que no sabia que hacer, quise mostrarla al mundo y la enfermera me lo impidió, si siquiera al patio me dejo sacarla, me la quitó y la acomodó de nuevo al lado de su madre. Es mi niña bonita, como dice Juan Legido, es el protocolo de la casa, es el equilibrio de los géneros en el hogar, y yo la quiero mucho, a veces grosera, a veces amorosa, a veces fuerte, a veces débil, a veces miedosa, a veces demasiado jodona, pero es mi hija y siempre lo será no importa que suceda en el mundo, siempre lo será.


El día que nació llovió y al siguiente día de regreso a casa también cayó un fuerte aguacero, recuerdo que mi amigo William Martinez nos recogió ese día en un taxi como gesto de la amistad que nos unía que iba mas allá de una simple parranda y cuando llegamos a casa, mi felicidad desbordaba todo pronostico.

Se crió saltimbanqui, no se podía dejar sola por que se salía de la cuna, se subía por la ventanas y se deslizaba por el tubo de la escalera de caracol de la casa de enfrente, como real bombero en emergencia.

Te quiero, hija mía, te quiero mucho.

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