Los Tios

En las escala de importancia de las familias, los Tíos siempre han ocupado un lugar preponderante, a veces, más que los propios padres. Los mas allegados a mi siempre fueron los tíos por línea materna, fueron los que más presencia tuvieron en mi casa. Uno de los más cercanos fue Joche Dorias, parrandero y desordenado del cual, quizá, aprendí a editar los chismes cotidianos pues la gracia era aumentarle algo al cuento para que este tuviera más impacto. Joche en mi infancia fue constructor de mis juguetes, recuerdo que con paciencia y pocas herramientas, con retales de madera me fabricaba camiones cuyas llantas eran cajas de betún que para tal fin yo coleccionaba. Estos juguetes artesanales eran la envidia de mis primos vecinos cuya situación económica les permitía tener juguetes comprados en la ciudad, algunos con la novedad de trabajar con pilas.

Con el tío joche, aprendí a escuchar música de toda clase en un tocadiscos portátil que al trabajar con baterías, tenia la ventaja de llevarse para cualquier lado. Muchas horas pase a la sombra de un tamarindo escuchando rancheras, baladas de Piero y las poseías del Indio Duarte. Con el tío joche me tomé mis primeros tragos y aprendí a reírme de la vida. El tío Joche también me acompaño cuando murió mi padre, uno de los momentos más tristes de mi vida, y me enseñó que la vida no se detiene cuando se nos va un ser querido y que aún en esos momentos, el sentido practico de las cosas no se debe perder, y así, mientras todo el mundo lloraba, el me obligó a hacer inventario de las cosas que el viejo dejaba para evitar que se perdieran. Su presencia de animo fortaleció mi espíritu cuando llenos de barro y bajo la lluvia transité por los caminos y lugares por los cuales mi padre se paseó conmigo y que desde ese abril de 1978, los tenía que andar sin él.

Treinta años después, también estuvo conmigo en dos episodios igualmente tristes y de nuevo su magia exagerada me sirvió de paliativo a la tragedia, vino desde la Guajira, donde ahora vive, y sentados en sendos taburetes recordamos todas esas cosas que un día lejano ya compartíamos y que en el presente sirven par evadirnos un poco de la realidad

Mi tío Rafael, fallecido ya, fue mas alcahuete aun, cuando murió el viejo, el me acompañaba en las labores de atender el cultivo del algodón, vivíamos casi que en la finca, lidiando gente de toda las calañas, unos buenos y honestos otros perversos y dispuestos a robarse lo que fuera. Con Rafael pasaba el día en las pistas de fumigación esperando nuestro turno, a veces con unas cervezas de mas para aguantar el tedio de todo un día tras lo mismo. Un día lluvioso montamos el veneno en el carro y nos dirigimos a la pista de fumigación, y se nos ocurrió la idea de comprar una botella de aguardiente dizque para el frío, como consecuencia del frugal desayuno, el ron hizo mas efecto del que esperábamos y se nos olvido la fumigación, lo cual trajo consecuencias funestas para el cultivo. El zafarrancho con la abuela fue enorme y echó a Rafael de la casa, le fue mejor que a mi. Rafael fue alcahuete de sancochos y parrandas, presto siempre tenia el animo para no despreciar nunca una invitación, en el pueblo que fuera, a la hora que fuera. Me enseñó a usar la cinta métrica, a manejar el teodolito, también era topógrafo, pero el que estudió fue Joche pues había para uno solo y Joche después lo enseñó a él.

Mi tío Guillo, era el de los refrescos, tenía un kiosco en el parque central del pueblo y allí vivió feliz hasta sus últimos momentos, cuando íbamos a San Pedro no podíamos dejar de ir a visitar a Guillo el fresquero, a deleitarnos con uno de sus jugos y a escuchar sus cuentos. Guillo fue el menos patrocinador de nuestros tíos. Era una refresquería moderna con una licuadora de esas que licuan en un vaso grande y ese mismo vaso se entrega al cliente. Cuando se iba la luz, y eso era cada rato, los refrescos se elaboraban batiéndolos a mano con una coctelera la cual no se por que razón la llamaban watusi. Un sábado de estos sin energía eléctrica, bajaron los ríanos recolectores de algodón, gente trabajadora que se mudaban a la finca y hasta que no recogía la última mota no salían al pueblo y cuando salía era con el ansia de tomarse algo frío y quizás de mascar hielo. Llegaron a pedir un Milo, y mi tío guillo lo batió en el watusi, a lo cual los ríanos protestaron diciendo: Si no lo pasa por el Johnson, no lo pagamos. El Johnson era la licuadora en analogía con el motor marca Johnson de la chalupa y que por cosas de la vida la chalupa paso a llamarse Johnson.

Y por ultimo, el Chello Dorias, mantero de profesión que andaba de fiesta en fiesta, compraba el almanaque Bristol para así saber en que población celebraban a que patrono e irse a ganar unos pesos toreando y banderilleando. Por el chello mi abuela Carmen López, Aña, se mantenía pegada al radio con las trasmisiones de las corralejas pues los locutores le enviaban partes de que el Chello estaba vivo, que no se preocupara, a veces el mismo hablaba por la emisora. El Chello, hombre tosco y pocos estudios, pero de un corazón grande y de una nobleza excelente. Hombre sencillo que nació para el campo y para las labores de vaquería.

Para mis hijos, y mis sobrinos, el Tío es Edgar, árbol frondoso que los cobija con sus ramas envolviéndolos en una sombra protectora, patrocinador de farras y sancochos, con la chispa necesaria para sacarle el lado cómico a las situaciones y protagonista de mas de una anécdota. Patrocinador cuya única debilidad son esos sobrinos al cual siguen como a un alter padre, ¿o se dirá: Para Padre.?

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