De Espantos

A las seis de la tarde terminaba la jornada del día, a esa hora cada cual se bañaba como y donde podía y la cita era en el mesón donde se servían las comidas, este era un mesón rectangular, mucho mas largo que ancho, y a cada lado dos bancas del mismo largo del mesón, se alumbraba con dos o tres mechones de acépeme, combustible abundante por ser el utilizado para la maquinaria agrícola. En la tabla del mesón se dibujaban a cuchillo los Triques, juego que consistía en poner tres granos de maíz, (o cualquiera que sirviera) en línea, cada vez que se hacía una línea se le quitaba una ficha (grano de maíz) al contendor, el que primero se quedara sin fichas, ganaba la partida. Se jugaba a satisfacciones, es decir, no se apostaba, las apuestas estaban prohibidas por ser generadoras de pleitos. Se hacían campeonatos, tantos que a veces ya no queríamos saber nada del dichoso juego.


He aquí, que los mas viejos iniciaban la conversación, en una oscuridad que la llama del mechón no podía combatir mas allá de uno o dos metros, y mas allá, sombras totales tachonadas, a veces, con miles de luciérnagas que daban un buen espectáculo de luz y danzas. Comenzare por donde comenzare, la conversación siempre desviaba en cuentos de espantos. A medida que la noche y la conversación avanzaban, avanzaba también el resquemor de los oyentes y se cerraba cada vez mas el circulo de los reunidos.

Se hablaba de espantos, de historias que juraban eran reales y que les habían sucedido, aparatos que aparecían y desparecían, brujas que se transformaban en cualquier animal y cuya diversión era extraviar el camino de los que se osaban caminar de noches por los extensos y oscuros campos.

Las brujas tenían la propiedad de separar el alma del cuerpo, y así, en espíritu era más fácil convertirse casi en cualquier cosa, en gato, en pato, en perro, en lo que fuera. A veces solo era una luz que incitaba a que la siguieran y la persona, caía como en un trance y seguía la luz, cuando despertaba, en un lugar extraño o diferente al cual se dirigía, no se explicaba como había llegado hasta allí. Una brujas eran juguetonas, otras eran celosas, estas ultimas extraviaban a los hombres cuando visitaban a las novias en otros lugares o a los maridos cuando visitaban a la otra en otra finca.

Para evitar esto se acostumbraba a cargar una manilla fabricada con cerdas de pavo, ese pelo grueso que le nace a estos animales por sobre el buche. O se usaban los interiores al revés, esto ultimo no servía de mucho, pero evitaba el miedo y daba una falsa seguridad.

Otra, era decirle al aparato : “Vaya mañana a pedir un poquito de sal a mi casa” y era seguro que la bruja se presentaba a pedir la sal y así se sabia quien era. La sal es enemiga de las brujas, ellas no pueden comer nada de sal pues le hace pesado el espíritu y no las deja alzar el vuelo. Dicen que cuando se van elevar, de la misma forma como Superman grita: “A luchar por la justicia” ellas gritaban “Sin Dios y sin Santa María” y alzaban el vuelo lanzando una sonora y tétrica carcajada que ponía los pelos de punta al mas bravo.

La abuela Susana me contaba que en Sincé (Sucre) había gente especialista en cogerse a las brujas, y se necesitaba otro especialista en soltarlas, me contaba ella que la ultima bruja que vio tenia figura de mico y quien la cogió no la sabia soltar, y lloraba pidiendo que la soltaran pues si al amanecer no entraba de nuevo al cuerpo, ya no lo podría hacer y sin remedio este cuerpo moría y quedaba ella vagando en espíritu para toda la eternidad.

En Villaleyla, algodonera de mi papá, tuve experiencia de dos espantos, el primero era una luz que salía y flotaba en el aire desplazándose de sur a norte, en las horas primas de la noche, al filo de la media noche regresaba al punto de partida. Esa luz tenía aterrorizado a todos los habitantes de las parcelas vecinas, y se acostaban temprano para no entrar en confrontación con ella. Yo sabía que el espanto era mi papá que salía de visita con un mechón a la finca vecina y regresaba a la media noche. Esa no me dio miedo.

La segunda si me hizo empacar y salir espantado para el pueblo. El capataz de la finca tenía una cría de patos, uno de los cuales se perdió, se busco por todos los rastrojos y no apareció, se dio por perdido y la cosa quedó ahí. Al filo de la media noche siguiente a la perdida del pato, salgo yo a orinar al pie de un cerezo que guardaba la puerta de la pieza donde yo dormía. La mala costumbre hace que cuando uno orina nunca mire para abajo, si no hacia arriba, al hacerlo, veo al pato parado en la rama más alta de un árbol que sombreaba las casas, entro presuroso y llamó a mis compañeros y les digo “Pilas que el pato que se perdió esta parada en la ultima rama del árbol de mamón de detrás de las casas” ellos me agarraron por un brazo, me hicieron entrar corriendo y cerraron la puerta y me dijeron: “Los patos no se paran en las ramas, no ves que los dedos los tienen unidos por una membrana y esto les impide pararse así de esa manera, esa es una bruja”. Yo escuche esto, y no dormí mas, al día siguiente empaque y me fui para el pueblo.

Cuando regresé, ya llevaba una cerda de pavo y usaba mi calzoncillos al revés, por si acaso. Yo no creo en brujas, pero de que las hay las hay, sobre todo para el río, la Mojana y esas latitudes.

En mi pueblo también salían aparatos, el jinete sin cabeza, la llorona, y las famosas procesiones del silencio en donde los que iban llevaban huesos de muerto encendidos y no se podía ver pues se lo entregaban a uno y ya quedaba uno convertido. Susana nos advertía que cuando sintiéramos la procesión, no la miráramos ni por las ranuras de la casa, pues ellos sabían quien los veía y quien no. Ya sabrán que nunca las vi.

Viviendo acá en Cartagena, ya casado con Josefina, nuestro apartamento quedaba en la Loma del Tamarindo, por la Crisanto Luque, al lado había un lote baldío lleno de hierbas, altas algunas en donde los pelaos del barrio acostumbraban a jugar. A nosotros nos visitaba Alejo, el hermano de Josefina, que por aquella entonces vino a hacerse una operación en el cráneo en el FIRE, con Fandiño, convaleciente aun conservaba la cabeza rapada y la piyama ancha que usaba para no sentir calor.

Pronto nos dimos cuenta que la pelaera ya no jugaba en el solar, ni cazaban lobitos o lagartijas en él. Al preguntarles nos respondieron que no no lo hacían pues ahora allí salía un espanto, un enano verde y calvo cuyas patas le nacían de las axilas y que los tenía aterrorizados. Fue el ultimo espanto que vi en la ciudad y con el cual hable, pues era el hermano de josefina que se agachaba en medio del monte y los silbaba y cuando apelaban a la formulaba de preguntar “De esta vida o de la otra?” decía con voz lúgubre “De la otra”, “Y que necesitas para dejar de penar”, el espanto respondía “ Un papel”.

De esta manera Alejo logro erradicar a la plaga de pelaos y su tremenda bulla, y también con espantos, los contrabandistas y abigeatos hacían acostar a los pueblos tempranos para así ellos poder hace sus fechorías sin testigos.

De todas formas, eran otros tiempos, mas simples y sencillos, una pelaera como la de ahora, hubiera apaleado al pobre Alejo.

Comentarios

  1. Saludos Nadim, bacano encontrarte por estos lares, mi blog es loquenoseemanuel.blogspot.com
    saludos.

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