Recordando...

Transcribo aquí un texto que yo mismo escribí para un periódico que mi hijo sacaba cuando era adolescente, hará cosa de unos 6 o 7 años, ÉL dice que yo le corte la carrera, la verdad no recuerdo de que se me acusa o si la acusación tiene asidero en la realidad. Lo cierto es que ahora puede ser periodista, escritor o lo que se le antoje pues, tiene madera.

"Al vecino se le dio por comprar un gallo, un gallo casi fino, un gallo de esos puntuales que cantan todos los días  a la misma hora, temprano, a las cuatro de la madrugada. Ese canto desencadena a esa hora, a la hora de los fantasmas, los hilos de mi memoria y me llevan a la casa donde creo que nací, era una casa maravillosa, con un patio inmenso y un tras patio mas inmenso aun, al menos proporcional a mi edad y a mi miopía. En el centro del patio había un palo de tamarindo, grande e inmenso y me gustaba llegar hasta las ramas mas altas a comerme los frutos aun tiernos, pero ese no es el recuerdo que me desencadena el gallo, esa es otra historia, mi recuerdo es de las madrugadas cuando salíamos de viaje, nos levantavamos todos ansiosos por salir, ansiosos por viajar y conocer otras cosas, probar otras comidas, otras golosinas que en el pueblo no las había. Recuerdo la aventura de salir a esa hora de la madrugada a  la calle, a esperar a mi papá que al mando de un Jeep del abuelo nos llevaría en nuestro viaje, era deliciosa esa brisa, ese frío de la madrugada, pisar la arena humeda del rocío de la noche, llegar hasta la esquina en la oscuridad que huía de una luz amarilla de bombillas que luchaban por abrirse paso, y esa era una de las emociones mas fuertes, asomarse a la plaza y escuchar el motor del carro que ya venía por nosotros, y a esa hora de la madrugada, lo único que se escuchaba en se quieto pueblo eran los gallos cantando, cuantas veces se repitió eso, cuantas veces lo disfrute, y ahora, en la seguridad de mi habitación, quisiera sentir otra vez la brisa de la madrugada, la tierra húmeda bajo mis pies, oir el canto de los mismos gallos y esperar ansioso y excitado el ruido de una Jeep viejo que nos sacaría de la vida del pueblo al menos por un día, a la ciudad vecina, a comer en la casona amarilla del restaurante chino y a probar los sabores de las golosinas que a mi pueblo le faltaban, pero sobre todo, al lado de  mi padre, que se las sabía todas y sabía lidiar con cualquier situación, como la vez que el loco le quitó el sombrero en el Carmen de Bolívar, pero esa es otra historia".

Hasta ahí el relato que fue publicado. Transcurridos algunos años, cuando yo andaba por los catorce o los quince, mi papá, para sacarnos de la violenta y etilica situación del pueblo, nos mudó a todos para Sincelejo, yo demoré dos o tres años más en San Pedro, con el algodón, con los amigos y las novias que encadenaban mi corazón a las calles y callejones del pueblo.  

Poco a poco los amigos se fueron olvidando, las novias también se olvidaron, yo de ellas y ellas de mi, y encaje de pronto en una ciudad con otros amigos y otras novias de las cuales ya sabía soltar sus cadenas.  Volví a la casona del restaurante chino, ya no como cliente si no como amigo de los dueños, una familia de apellidos Chi Pájaro, cuyos hijos estudiaban en el Gimnasio Juvenil.

La falta de oportunidades de estudio en Sincelejo me hizo salir hacia ciudades mas grandes, en cada una olvide a los amigos y las novias viejas, conseguí nuevos amigos y nuevas compañeras y me harté de comer comida china, pero ninguna con el sabor y la familiaridad de la casona amarilla de un restaurante chino que no recuerdo su nombre.

Las golosinas, helados y perros calientes, chocolatinas y otros manjares, los compraba en una miscelanea y heladería llamada la Alaska, y jamás he probado helados tan sabrosos como los que el mismo dueño fabricaba, sobre todo el de ciruelas. 

Sin embargo, de niño, los que mas me gustaban eran los perros calientes asados en un aparato electrico que giraba, cero grasas. tampoco los he comido igual...

A mi hijo le digo que sus alas nunca han sido recortadas, que con su mesura, buen juicio y un buen cerebro con el cual lo dotó Dios, puede volar por donde quiera y emprender cualquier aventura.

A todos lo quiero, Familia...

Comentarios

  1. Nacho, la casona amarilla se llamaba "Restaurante de la China", para nosotros siempre fue "los chinos"...

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