Qué como fue, Señora...

Como son las cosas cuando son del alma....

En una de estas reuniones realizadas en la sede de las reuniones, mi hermano se reía al recordar que cuando me tocaba lavar mi ropa un murmullo salía de mi boca como una oración: "Este año me caso...". La verdad es que la decisión de casarse nunca es conscientemente tomada, es más una decisión del corazón que barrunta la llegada de la persona que nos acompañará hasta que la muerte nos separe. Un día amaneces con las ganas de casarte, lo dices, encuentras eco y ya está. Yo conocí a Josefina en un balcón del Iafic donde esperábamos el turno para ser entrevistados, me llamó la atención no tanto su cara o su cuerpo o algún atributo físico, lo que captó esa atención fue el hecho de estar sola, parada en un balcón pensativa, pensando tal vez en las cosas que se dejan cuando se sale de su tierra. Había muchas más mujeres, no se si más bonitas o no, pero la única que estaba sola era ella, vestida con una blusa roja y un yin, con un pie montado en el barandal. Fue cosa de acercarme y hablarle, no lo dude, y ahí comenzó hace más de 20 años lo que ahora es mi hogar con ella y dos hijos que me mandó Dios como dos bendiciones o quizás como una bendición bien grande. Vine a saber después, que ella no pensaba en algo de su tierra, pensaba en como salir de donde estaba hacia su casa, pero para eso estaba yo, que tampoco sabía como salir y así, después de más de una hora caminando por el Centro, y ella agarrada a mi hombro, encontré la salida a la Torre del Reloj, sitio donde pasaba el bus de Escallón Villa - Ternera, que era el único bus que le servía para ir a la casa donde estaba bajada, en la Calle Siete de Agosto de Escallón Villa.

Yo venía del desierto, atravesándolo en diagonal, y conocer a Josefina fue llegar al manantial, al oasis; y fue fácil enamorarse de ella y fue fácil quererla, y ella llegó a mi confiada, como si me conociera de toda la vida. Desde ese días nuestras almas se juntaron y no se han separado más.

Con muchas peripecias y vicisitudes terminamos la carrera, todos creían que ella era mi hermanita, hasta nos encontraban parecido, nos graduamos y el 16 de marzo de 1989 nos casamos en un Juzgado en el mercado de Sincelejo, con una Juez que se porto a la mil maravillas.

Venimos a vivir a Cartagena, a la Loma del Tamarindo, sin muchas cosas, una maleta con ropa, una cama, un termo para el agua fría, y ya, ese apartamentico lo llenamos de puro amor, allí se gestó Andrés, allí sufrimos y allí fuimos felices. Allí nos visitaban los buenos amigos: Ulises, el cachaco José Antonio, y allí con nosotros estaba Edgar que siempre nos mantuvo el animo muy alto, preparaba los jugos simulando el ruido de la licuadora con la boca y luego, con un balde boca abajo, cantábamos hasta muy tarde la noche.

Hubo ratos buenos y hubo ratos malos, pero siempre estuvimos firmes mirando al norte, sin perder el rumbo. Andrés nació en Sincelejo, Cristina en Cartagena seis años después, y ahora, en el presente, Jose se ríe porque le digo que tanto orar ella y el bendecido de la familia soy yo, Me bendijo con ella y con mis dos hijos, todos somos jodones a veces, pero de eso se trata. Setenta veces siete.

Comentarios

  1. tioooo te quiero muchisisisisimo......cada vez escribes mas bonito.....bendiciones

    ResponderEliminar
  2. tu me reclamas porque yo soy la unica que no lee el block, pero es que siempre me haces llorar

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

La Radio. Vieja Compañera de mi infancia.

El Trompo Zumbador

Tempestades, y otros fenomenos