La Alegria de leer: Mi cartilla de primaria

Yo, como es sabido por muchos, bueno los que leen mi blog, aprendí a leer bien tarde, se creía que no lo lograría jamas, pero ya lo ven: aprendí a leer y esto se convirtió en uno de mis principales hábitos.  Empece leyendo las caricaturas de El Espectador los domingos, día en que mi papá llevaba este periódico a la casa, más tarde, muy fanático de los paquitos, en esto me ayudo mi hermano toño que me llevaba a Magangué a leerlos cuando en mi pueblo no los vendían. Mi prima la comerciante, la de los televisores de Maicao, era en esa entonces, no se ahora, una empresaria emprendedora, un día cualquiera el camión de la Librería Nacional, un furgón de aluminio que llevaba toda clase de libros y revistas a las partes mas apartadas del país, pasó por la plaza de mi pueblo y como siempre, corrimos detrás de él a ver si daba algunas muestras o propaganda como se estilaba en la época. Pero, la felicidad fue mas grande, su preciosa carga, al menos parte de ella, la estaban bajando en la casa de mi prima la empresaria: Vanidades, Amor Es, Corin Tellado, Selecciones del Reader Digest,  Almanaque Mundial, y entre todos, los Paquitos, mi afición mas grande, los sucesores de las caricaturas dominicales y estaban los mejores: Gene Autri, El Jinete Fantasma, Red Rider, Tarzan de los monos, Batman y Robin, Flash Gordon, Santo el enmascarado de plata, El Llanero Solitario, Flash, y solo a Tres Pesos el ejemplar, Dios como ahorraría yo tres pesos si mi merienda era de 20 centavos? habría que luchar y llorar un poco para adquirir un paquito. Ahorrando y pidiendo reunía los tres pesos para comprar uno cada semana o cada mes y entonces el cuento era por cual me decido. Con un primo que tenia las mismas metas nos pusimos de acuerdo para no comprar el mismo y después intercambiarlo y así nos leíamos dos en vez de uno. Esto de los paquitos casi se convierte en tragedia pues dejábamos de estudiar por leer y releer la mismas historias y con mucha gente que leía por encima de nuestros hombros. Cuando estudiábamos, dentro del cuaderno de clases metíamos los paquitos y mi papá creía que estudiábamos muy juiciosos, hasta el día que nos sorprendió en la jugada y nos decomisó los paquitos con la amenaza de echarlos por el hoyo del inodoro. Cuando la plata escaseó en el pueblo y ya nadie compraba como al principio, ni aun nosotros, la mirada se nos iba larga sobre las novedades como se le va al chavo del ocho viendo una torta de jamón, mi prima la empresaria se ingenio la manera de salir a venderlos puerta a puerta, no solo los paquitos sino toda la literatura y para esto mandaba a un sobrino que los promocionara y allí se arregló la situación pues por veinte centavos nos dejaba leer los paquitos y con mucho cuidado de no dañarlos.  Luego vino el mas grande de todos los paquitos, no solo el mejor, si no físicamente el mas grande,  Condorito, era también mas caro, pero marco un hito. De Condorito brinque a Ariel Juvenil, colección de resumenes de grandes obras y casi paralelamente incursioné en las novelas de vaqueros, recuerdo algunos autores, Keit luger, Silver Kane y el mas grande de todos que murió hace poco ahora en el 2009, el español Marcial Lafuente Estefania. De que me sirvieron estas novelitas, pues con ellas aprendí historia de los Estados Unidos y  todo sobre la Guerra de Secesión. Entre caballos y balas, en mi pueblo existió un personaje que leía estas novelas con un pañuelo en la nariz pues le molestaba  la polvareda de los caballos.

Después de todo esto, leer para mi era una aventura, no era una imposición, leí todo lo que se podía leer, compre cuanto libro se me antojo, y después en el año 84 un arroyo se los llevo sin rumbo definido. 

Sin motivo aparente, ahora leo menos, hay menos tiempo o quizas haya mas gente, o talvez ya se cumplió ese ciclo, aunque no he dejado de hacerlo totalmente son  muy poco los libros que me atrapan como antes que no podia soltarlos y leia hasta altas horas de la noche, que habrá pasado no se, menos libros buenos, quizas.

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