Recordando las navidades (Iván Buelvas)

 A partir del primero de diciembre, el barrio se pintaba de nuevos colores. Las casas se engalanaban con el color de pintura que estuviera de promoción donde Lourdes y por un momento, se escondía cualquier tristeza que hubiera habido a lo largo del año. El aire se impregnaba de pintura, pólvora, perfumes y ron.

Octavio, el dueño de la tienda San José, se guardaba sus mejores mercancías para esta época. Todo un experto en marketing, hacia promociones, vendía juguetes, maquillaje y artículos para todas las edades, y lo mejor, todo se podía pagar en enero, cuando llegara el guayabo y las deudas regresaran de vacaciones.  Mientras tanto, las cuentas pendientes se apuntaban en un pedazo de cartón que casi siempre tenía en el reverso el logo de una marca de cigarrillos. Con el cobro posterior venía un almanaque con frases motivadoras para cada mes.

En la casa había pasteles en Navidad. Mi abuela encargaba las hojas de vijao y durante un día completo se dedicaba a cocinar pasteles de arroz con verduras y pollo o cerdo. Los pasteles siempre estaban marcados con “piticas” de colores para diferenciarlos.

El Asalto de navidad de Hector Lavoe y Willie Colon, Las cuatro fiestas, el Noel, eran la banda sonora para celebrar el nacimiento del niño Jesús y el fin de año. Todo era nuevo, todo se llenaba de esperanzas que nos emocionaban la vida por lo menos mientras duraba diciembre.

En estas épocas regresaban los que estaban en otras ciudades con historias nuevas, con costumbres extrañas, diferentes.

El 24 todo el mundo se ponía ropa nueva. Esperábamos al niño dios jugando en la terraza. Nuestro niño dios traía lo que quería y nosotros éramos felices con eso. No se pedía, no se exigía, no había carta de deseos de navidad. Recibir algo, lo que fuera, era suficiente.

Había mucha música y  se celebraba en las terrazas de las casas bailando, afuera.

El 31, Octavio, el mismo de la tienda, tiraba en la mitad de la calle un muñeco lleno de toda clase de pólvora. Sin protección alguno, ante lo que sería un escándalo ahora, se agachaba con un encendedor y las llamas hacia lo suyo. El espectáculo era casi tan increíble como peligroso. La radio era la encargada de avisar el paso del tiempo, vigilaba el ritmo en el que se acaba el año y faltando cinco para las doce, empezaba a sonar la canción de Aníbal Velásquez que lleva el mismo nombre.

Mi abuela reía, mis tíos reían, reíamos nosotros. Por un momento las diferencias, las discusiones, las peleas se acababan y de todas las casas salía gente a abrazarse entre la euforia del alcohol, decibeles de ruido no aptos para humanos, besos y abrazos por todos lados.

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