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Mostrando entradas de febrero, 2010

Gajes cotidianos

Que seria sería la vida sin conflictos... Este mes ha sido de conflictos anunciados, cosas que viajan por el bluetooth familiar y a una velocidad impresionante, sorprendiendo algunos y confirmando la sabiduría a otros. Lo mejor de todo es que a través de estos hilos invisibles la familia se une y se da inicio a la controversia, compañera que cuando se va la extrañamos. Todos van siendo protagonistas por turnos, algunos repiten, otros casi no tienen ningún papel, pero igual participan de la controversia y del fogoncito. Los que ya representaron su papel comparan su actuación con el que esta representándolo actualmente y compara además el accionar de los demás en el momento actual con ese mismo accionar durante su reinado. Todo viaja por este protocolo, lo bueno y lo malo, lo jocoso y lo serio y a veces en su viaje hiere sensibilidades y produce una que otra ronchita. Con el transcurrir del tiempo y con los terrones del camino, la carga se empareja y las cosas buscan encajar y de hec

Viaje en Chiva

Solo para valientes... La carretera que conducía de Sampues a la Villa de San Benito Abad, era una carretera destapada, polvorienta en verano y sumamente corrugada, con miles de altos y bajos, escalerillas sin fin que hacían vibrar a cualquier carro desajustandolo poco a poco hasta hacerlo dejar en la vía mas de un tornillo y muchas veces el mofle completo. Este bus para nosotros era obligatorio, era el único que pasaba más cerca de la algodonera Villa Leyla, exactamente a una legua de distancia, en la población de San Luis, y de allí, a patica limpia. Salía por turnos del antiguo mercado público de Sincelejo, frente a Comaderas, detrás de Recoser, era un bus de madera totalmente y sin asientos reclinables, cada asiento de tres puestos. Ventanillas no tenía, se bajaba un lona encerada si la lluvia o la polvareda lo hacían necesario y cada pasajero lo sujetaba con su codo en solidaridad para no mojarse tanto. El bus llevaba toda clase de carga, hilos para las hamacas, mercados

Veinte años....

y feliz la mirada... Mi recorrido diario entre la casa donde vivía y mi sitio de trabajo lo recorría todos los días en aproximadamente veinte minutos, no es que la distancia fuera mucha sino que el interés por llegar a cualquiera de los dos lados era muy poco: en el trabajo la rutina agobiante de cuatro paredes sin ventanas y luz artificial todo el día donde no se sabía si afuera llovía o hacia sol; en la casa la soledad de estar solo en medio de la noche y "silencio de todo, silencio de besos, silencio de mi soledad". La fuerza de la inercia estaba dispuesta a mantener ese estado infinitamente. Esa mañana como de costumbres saque fuerzas de mi apatía y me dirigí al sitio de trabajo y dentro de la rutina me pasaron una llamada donde simplemente me dijeron: "Tu hijo nació y está bien". Fue la explosión, todo cambió, mi vida antes descolorida se fue llenando de colores al igual que las películas de Disney cuando el el bien derrota al mal representados en príncipes,